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Muchos de nosotros pensamos que somos diferentes porque pertenecemos a una raza u otra: Caucásica, China, India, Inuit, Latina, Malaya, etc. Pero la realidad es que todos somos una sola raza: la raza humana. Lo que sí nos diferencia son nuestras culturas. Cada cultura tiene su riqueza en sus tradiciones, creencias, objetos, artes, cocina, indumentaria, etc.; una riqueza que en la mayoría de los casos ha crecido a través de los siglos y milenios, traspasándose de generación en generación, y que, al final, nos da nuestra identidad. Pero por encima de nuestras culturas individuales, los valores y las virtudes humanas son apreciadas por todos nosotros sin excepción. ¿Por qué? Porque están asociadas a nuestra condición de ser humanos. Todos apreciamos, por ejemplo, la amabilidad. Todos, todos nosotros, seamos de Singapur, de Canadá, de Venezuela, de cualquier país… o cultura, queremos encontrarnos con personas amables en la calle, en el mercado, en el trabajo. Lo opuesto, la rudeza, nos molesta.

Y eso es lo mismo con las demás virtudes, como el respeto, la honestidad, y la responsabilidad, solo para nombrar unas pocas. Todas esas virtudes y valores forman parte de nuestra identidad, pero estas no son inculcadas en un día sino durante toda nuestra vida, especialmente durante nuestra infancia y adolescencia. Este libro trata de ser un instrumento más para fomentar y promover las virtudes y los valores humanos, indispensables para nuestro desarrollo personal. Pero también advierte que la maldad existe, que nos estará acechando siempre, y que su objetivo es impedir que seamos cada día mejor.