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He llegado a mis años dorados preguntándome qué tan bien he cumplido mi visión y mi misión en mi vida para concluir que he estado confundiendo la visión con la ambición, y con bastante frecuencia. Podría decir que esto le sucede no solo a mí, sino también a muchas personas, porque el borde entre visión y ambición no es fácil de distinguir.

Tendríamos que preguntarnos si poseer una buena casa, un doctorado, una práctica exitosa, son solo ambiciones.

También tendríamos que preguntarnos si nuestra misión en la vida fue, o es, simplemente lograr esas ambiciones.

Pudiéramos creer que realmente sabemos cuáles son nuestra visión y nuestra misión, pero la realidad es que estas se mostrarán tan claras como el agua cuando sepamos cuál es nuestra vocación.

Fracasaremos como maestro, comediante, enfermero o ingeniero si no tenemos vocación. Es un fracaso porque, a pesar de que logremos metas, faltará la gratificación y el gozo interno. La vocación es lo que realmente respalda nuestra visión y misión en la vida, lo que nos hace afrontar las adversidades sin desanimarnos y lo que nos da la fuerza para continuar haciendo lo que estamos haciendo de manera noble, feliz y recta. Sigamos nuestra vocación para hacer lo que fuimos llamados a hacer. Es nuestro propósito en la vida.

Quizá tú también estés en los años dorados, o quizá estés aún lejos de ellos. No importa. Nunca es tarde para revisar nuestra visión y nuestra misión en la vida, y si no es para nosotros, pues puede ser para nuestros hijos.

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