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El puente

diciembre 30, 2021

GENERAL, VIRTUDES

En una comarca no muy lejana, rodeada de picos escarpados y lagos profundos, existía una aldea de gente trabajadora. Su principal orgullo no eran las calles plateadas ni los techos dorados de sus casas, sino un puente de belleza inimaginable y de laboriosidad incalculable, el cual se erguía imponente sobre el rio que corría por un costado, dándole la bienvenida a los turistas visitantes.

La plaza del pueblo, sus cantinas, casas, bibliotecas y escuelas todas daban la cara al puente, como si este fuera una gigantesca pantalla de cine. Los aldeanos no ocultaban la felicidad de tener tal maravilla, digna de mostrárselo al rey. Y así, un día, invitaron al rey a visitar la aldea.

Unos días antes de la visita llovía. La lluvia y el viento, como toros furiosos en el ruedo, embestían. Y el rio crecía, trayendo cada vez más agua, al parecer interminablemente. Los embates del agua contra el puente eran violentos. ¿Resistiría el puente? Pero, eventualmente, las juntas se desprendieron y los tablones sucumbieron. Al pasar la lluvia, solo quedaban las bases y sus columnas. ¡Pobres aldeanos! Ver su puente destrozado era como el fin del mundo. ¿Qué le mostrarían ahora al rey?

 La vespertina ese día fue muy triste. No hubo reuniones en las plazas ni en las cantinas. Las bibliotecas y las escuelas cerraron sus puertas al no haber chiquillos alegres que las ocuparan.

Cuando pensaron que no había nada que hacer, llegó el leñador del pueblo. Venía de sus labores diarias, montado en su alazán. En el pueblo estaba su felicidad esperándolo y un puente destruido no iba a ser obstáculo para regresar a ella. Este hombre, respetado por todos, proyectaba mucho valor, determinación y fortaleza. El leñador, sintiendo el dolor de los aldeanos de ver su puente derrumbado, les dijo que no desesperaran, que encontrarían una solución. Al oírlo, el pueblo sintió una energía revitalizadora, una pequeña luz comenzando a brillar dentro de sus corazones, y siguieron sus instrucciones.

El albañil entonces fue y revisó las bases del puente; no habían sucumbido y estaban tan fuertes como al principio. ¡Que buen trabajo había hecho entonces! El herrero recogió lo que quedaba de tornillos, pernos y clavos, y observó que aun podía usar muchos de ellos. El carpintero juntó las maderas que pudo salvar y fabricó también nuevos listones, mientras los más jóvenes se encargaron de transportar materiales. Las mujeres se comprometieron a tener comida y agua siempre disponible. El artesano se dedicó a limpiar y a tallar los listones de madera, y las mujeres mayores hicieron banderines y cintas de colores con material que tenían almacenado para ocasiones especiales, además de mantener a los chiquillos sanos y seguros.

Al todos culminar el trabajo, el puente lució nuevamente, alzándose imponente ante el asombro de todos. ¡Mejor que antes! De tablones gruesos, juntas fuertes, bases firmes, ¡y hasta con cintas de colores! Ya nada podría contra él.

El rey llegó a la aldea con su comitiva, con exclamaciones de asombro y elogios para sus habitantes. Sus ojos pocas veces habían visto algo igual, la magnificencia del puente era solo comparable a la de su castillo, al cual “las cintas de colores le quedarían muy bien”, pensó. E inundó de regalos a los habitantes del pueblo y de buenas nuevas. El júbilo y la alegría retornaron otra vez al pueblo, y las plazas se llenaron de chiquillos y las cantinas de aldeanos.

 

Amigo mío, este corto cuento ilustra algunas virtudes y buenas prácticas que todos podemos aplicar en nuestras relaciones con los demás. Por favor dime solo una que hayas reconocido. Tu respuesta –cualquiera, puede ser incluso un “hola”– es importante para mí; me ayudará a saber la cantidad de lectores y decidir si continuar con esta página web. ¡Gracias!

 

Foto del banner y portada por José I. Arocha

Foto interna: ilustración por José I. Arocha (del libro Sicamor)

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